El maltrato infantil sí que deja secuelas

15.05.2018

En el artículo anterior sobre el maltrato infantil Un bofetón sí es maltrato infantil ya quedó bien claro que un simple bofetón es maltrato desde el punto de vista legal.

Lo que define si hay maltrato, no es el número de bofetones, o la magnitud del golpe, porque no es necesario dar una paliza para maltratar o para crear traumas que perdurarán en el tiempo y harán que estos niños repitan los patrones aprendidos sin plantearse en ningún momento si están haciendo bien o mal.

Y digo esto porque he tenido varias conversaciones con adultos que siguen justificando los golpes y con los que cuesta dialogar, no hay manera de que se planteen ni siquiera por un momento que las cosas se pueden hacer de otra forma y justifican la actuación de sus padres, porque de lo contrario supondría admitir y reconocer que les maltrataron, rompiéndose así todos sus esquemas como adulto.

Temen mirar en su interior y preguntarse si la educación que recibieron de sus padres fue la correcta.

A pesar de que muchos adultos no lo quieren reconocer, sabemos a ciencia cierta que la violencia genera secuelas en todas aquellas personas que la sufren, y por lo tanto también produce un grave impacto en el cerebro infantil.

Así lo demuestra un estudio de la Universidad de Londres dirigido por el Dr. Eamon Macrory, en el año 2011, que lleva por título "Heightened neural reactivity to threat in child victims of family violence" , (mayor reactividad neuronal a la amenaza en niños víctimas de violencia familiar), en el que se pudo demostrar que el cerebro de los niños que habían vivido en entornos agresivos presentaban diferencias respecto del resto de menores no maltratados.

Se trata de la primera investigación que muestra con imágenes de resonancia magnética funcional el impacto que el abuso físico o verbal y la violencia doméstica tienen en los niños.

Llegando a la conclusión de que en los niños que han sido víctimas de violencia y abuso familiar se observan cambios en su cerebro similares a los de soldados que combaten en guerras.

En su investigación se les mostraba a los niños fotografías de personas con gesto de enfado. Mediante el escáner cerebral se detectó que los niños que habían sido víctimas de maltrato presentaban una activación repentina y significativa en la ínsula anterior y la amígdala, que son dos de las áreas cerebrales que detectan las amenazas del entorno y activan los dispositivos de alerta.

Se confirmó que los niños que habían sido víctimas de violencia aprendían a protegerse y se volvían híper vigilantes, pudiendo llegar a estar constantemente en estado de alerta con el fin de poder interpretar comportamientos peligrosos o detectar posibles amenazas. 

El hecho de que nuestro cerebro y cuerpo estén gran parte del tiempo en alerta genera un deterioro emocional y cognitivo importantes y produce niveles de ansiedad muy elevados, difíciles de controlar, aumentando de forma significativa el riesgo de padecer una psicopatología.

Algunas patologías se pueden convertir en crónicas, con síntomas como sobresalto continuo, pesadillas o insomnio, y quienes las padecen perciben amenazas constantes en el mundo que les envuelve. Además de desarrollar una baja autoestima por sentimiento de culpabilidad y comportamiento violento hacia los demás.

Vivir en un ambiente hostil y de violencia familiar ya sea física o psicológica es totalmente perjudicial para su desarrollo como adolescentes y adultos.

Se encuentran en una situación de estrés constante, lo que hace elevar los niveles de cortisol pudiendo dañar estructuras cerebrales además de tener dificultad para relacionarse con los demás, porque de la observación de la violencia pueden aprender que es un recurso que se utiliza para resolver conflictos.

"El bofetón a tiempo" como dicen algunos no sirve absolutamente para nada y mucho menos para educar, lo único que aprende un niño que es víctima de golpes, castigos o insultos es a como actuar la próxima vez para que no le descubran, echando la culpa a otros y reprimiendo su personalidad por miedo al castigo, teniendo muchas probabilidades de repetir el mismo patrón de agresividad sobretodo ante los más débiles.

El problema es que tanto el maltrato emocional como el cachete están tan normalizados que hace que persistan en el tiempo y se crea que forma parte de la educación y la crianza, habiendo quien lo justifica y lo pone en práctica de forma habitual.

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Agustina Rico

Abogada